ε Historiaπ ε --------π φ PSICOSISπ Ahora ya no le importaba su nombre. Le llamaban Lauro, pero él no con- testaba. Antes no pensaba demasiado en lo que hacía o en sus consecuencias, pe- ro ahora era lo único que hacía, lo único que podía hacer en la celda en la que estaba. La celda de un centro psiquiátrico. Él estaba allí porque era un psicópata. Había vivido normalmente hasta que un día, vencido por el estrés, las situaciones desesperantes y los altiba- jos de la vida, mató a una persona. Lo hizo discretamente, y la policía no supo quién fue en mucho tiempo. Atrajo a la víctima a su casa, la ató y amordazó, y la metió en su sótano. Pero lo más terrible fue la manera de matar a la perso- na. Jamás olvidará cuando su mente se sometió a la locura y cogió aquel ha- cha... y tampoco olvidará el momento en que se la clavó en la cabeza a aquel anciano. Encontró un placer morboso en hacer esto, placer que le llevó a cortar en pedazos con el hacha el cadáver, descubrir a la luz sus vísceras, sus hue- sos. Encontró placer en quitarle la piel y observar los músculos al aire. Y ese placer que encontró en cometer esto le llevó a matar a más gente. Pronto, el asesinar se convirtió en una necesidad psicológica, una especie de droga. Ma- tando se le liberaban los prejuicios y complejos que había adquirido a lo largo de su vida. Pero pronto matar se convirtió en una rutina, y entonces modificaba sus maneras de asesinar para darle más sustancia al acto del asesinato. Unas veces, si la víctima era una mujer, la violaba para después matarla en pleno éxtasis. Otras había recurrido al canibalismo, y a matar a mordiscos a niños. Había lle- gado a descuartizar en vivo, a electrocutar, a ahorcar, a empujar al tren. Ha- bía matado no sabía de cuantas maneras diferentes, y el verse ahora en una cel- da en un psiquiátrico porque le habían cogido en pleno asesinato, desangrando en su bañera a un joven que antes había drogado, le privaba de lo que había si- do su rutina diaria en más de un año. Matar había llegado a ser su necesidad; tenía, como se decía en caso de drogodependencia, el síndrome de abstinencia, el "mono". Necesitaba matar, y en aquella celda sólo estaba él, con una fuerte camisa de fuerza, sin compañía a la que pudiera siquiera patear. A veces venían médicos a hacerle pruebas, a suministrarle tranquilizan- tes. ¡Cuántas veces había deseado no tener la camisa de fuerza puesta ni que le sujetaran los dos gorilas que acompañaban al doctor! Muchas veces soñaba en que estrangulaba al médico con sus propias manos. Y sus ojos... ¡cómo le gusta- ría clavarle los pulgares en ellos hasta que se convirtieran en fuentes de san- gre! Gritó fuertemente, porque esto le calmaba. Desde su primer asesinato no sentía remordimientos por nadie. Era como si el ser un psicópata más salvaje que cualquiera que hubiera conocido en radio o televisión le hubiera borrado este sentimiento, como si nunca hubiera existido. Sólo estaba él en aquella celda, y él quería matar, matar... y tuvo una idea. Al día siguiente, los médicos encontraron al paciente Lauro muerto en su celda, en un charco de sangre que salía de su cabeza y sus orejas. Se había golpeado la cabeza contra la pared, tomando carrerilla, con una fuerza tal que se había partido el cráneo. Fue tan fuerte la necesidad de matar de Lauro que, al no tener a nadie que asesinar, se mató a sí mismo. ∞ Líyak el Oscuroπ